La historia del té, una bebida muy saludable
Nutrición y fitness /
Durante más de 5.000 años, el té ha sido una bebida de gran importancia para el desarrollo de las civilizaciones. No sólo por sus beneficios para la salud, sino porque a través de los siglos se ha asociado a prácticas espirituales y culturales. Semblanza de una bebida cercana al hombre desde los inicios de la civilización.
Al parecer, hay seis figuras posibles que pueden aparecer en el fondo de una taza de té y que pueden revelar el destino de quien la ha tomado. Un ancla —augurio de viajes—, un hacha —augurio de muerte—, un corazón, una palmera, un triángulo y la figura de la letra “L”. Queda en los ojos del adivino descifrar el relato futuro que las hojas de té están anunciando, por medio de la interpretación libre de estas figuras que aluden a grandes cambios, mala fortuna o encuentros amorosos insospechados.
El origen de la “tasomancia”, nombre bajo el cual se conoce a la antigua práctica de la adivinación de las hojas de té, puede rastrearse hasta el siglo XVII. Aunque hallazgos paleológicos han arrojado que el té era tomado en Asia desde el año 1500 A.C, este exótico producto sólo hizo su aparición en Europa cerca de 1560, después de que los mercaderes portugueses abrieran rutas comerciales con China y Japón. Los europeos ignoraban la manera correcta de consumirlo y a las hojas les agregaban sal o mantequilla para comerlas enteras. No fue sino hasta que los holandeses abrieron sus rutas de intercambio en el siglo XVII que el té comenzó a beberse en el viejo continente. Como estas importaciones eran muy escasas y costosas, se convirtió en un producto codiciado por las élites, que servían la infusión como símbolo de status, mientras gitanos y adivinos aprovechaban este auge para encontrar nuevas maneras de sacarle dinero a sus clientes.
A pesar de que el origen geográfico de la Cammellia sinensis se ha localizado de manera precisa en el sureste asiático —donde se unen el noreste de India, el norte de Burma, el sureste de China y el Tíbet—, la historia sobre cómo se descubrió es incierta y está ligada a leyendas que aún hoy viajan de voz a voz por las plantaciones de té chinas. Esas leyendas datan de los tiempos del emperador Shennong, inventor de la agricultura y quien descubrió los beneficios medicinales del té en el año 2736 a.C. Sin embargo, la más popular, protagonizada por Bodhidharma —monje que introdujo las artes marciales a China en el siglo VI D.C— cuenta cómo el sabio atrajo a sus estudiantes sentándose a meditar frente a una cueva por nueve años sin parar. Un día se quedó dormido durante la meditación y, frustrado consigo mismo, se cortó los párpados para jamás volver a dormir. Del lugar en donde los párpados cayeron brotó la primera planta de té, regalo de Bodhidharma a sus estudiantes quienes bebieron de ahí en adelante una infusión que les permitió mantenerse despiertos durante las largas horas de meditación. Una explicación menos mística y más científica, atribuiría ese estado de alerta serena a su principal componente: la L-teanina, un aminoácido que no sólo sirve para acelerar el metabolismo y reducir los niveles de colesterol, sino que ha sido utilizado para tratar trastornos de ansiedad, pues es un relajante natural que incrementa la producción de gaba, dopamina y ondas cerebrales alfa. Esto resulta doblemente beneficioso al generar un efecto tranquilizante que simultáneamente mantiene al sistema neurológico despierto.
La L-teanina, responsable de la sensación de concentración placentera que se siente al tomar una taza de té, se sintetiza en la raíz del arbusto y se concentra en sus hojas, donde comienza un proceso de oxidación inmediato. Los conocedores sabrán reconocer la importancia de esta reacción química, pues en ella radica la diferencia entre las distintas variedades del producto.
El té negro —de sabor amargo y fuerte, preferido al desayuno acompañado de leche y azúcar— es expuesto a este proceso de oxidación, mientras que el verde o el blanco —antioxidantes de primera, secreto de belleza de quienes mantienen una piel joven y sin arrugas— no pasa por oxidación alguna. El té rojo, conocido por su efecto milagroso para curar resacas, es oxidado y fermentado durante un periodo que puede oscilar entre los dos y los sesenta años.
En el año 618 D.C el té fue llevado a Japón por el monje budista Eichu después de uno de sus viajes a China. Allí la bebida fue fuertemente asociada a las ideas zen del pensador budista Lu Yu y se instauró la ceremonia del té como una tradición en la que se honran los buenos modales y la simpleza, bajo el principio de que cada instante debe ser único y que la experiencia espiritual que brinda esta bebida encarna la armonía, el respeto, la pureza y la tranquilidad. En la ceremonia se sirve una variante de té verde en polvo conocida como matcha, que ha sido preparada con gran antelación y cuidado por el anfitrión quien se la ofrece a los huéspedes para que se purifiquen simbólicamente con la infusión.
Tanto en Oriente como en Occidente el té verde es considerado una de las bebidas más saludables, al ser la variedad que más cantidad de polifenoles y flavonoides contiene, dotándolo con antioxidantes altamente efectivos. Diferentes estudios realizados por la Sociedad Americana de Cáncer han demostrado que el consumo de té verde puede reducir el riesgo de contraer esta enfermedad al impedir que los radicales libres causen mutaciones en las células. Del mismo modo, estudios de la Universidad de Cleveland han propuesto que las propiedades anti inflamatorias de los antioxidantes encontrados en el té verde pueden resultar efectivos a la hora de tratar condiciones reumáticas como la artritis.
La asociación del té a ritos y ceremonias no es exclusiva de Japón. Escribió el inglés Henry James en su novela de 1881 Retrato de una dama: “Hay pocas horas en la vida más agradables que la hora dedicada a esa ceremonia conocida como el té de la tarde”. Y es que justo para el siglo XIX, el té se convirtió en la bebida constitutiva de la identidad nacional británica (y también de su poder colonial) después de que la Guerra del Opio enfrentara a Gran Bretaña con China e impidiera el comercio de este producto. El imperio decidió abrir grandes plantaciones de té en la India —sobre todo en áreas como Darjeeling, que hoy es reconocida por el exquisito sabor y aroma de su té negro—, lo que hizo que dejara de ser una hierba exótica traída del Asia y se convirtiera en la mayor exportación del Imperio Británico al mundo. Un arma política y económica que fue revestida con los valores de la puntualidad y la cortesía inglesa, para hacer que la clase obrera cambiara sus hábitos cerveceros y se volcara a consumir el nuevo producto nacional. Conocido como antidiarreico natural gracias a su alto contenido de taninos, que desaceleran la actividad intestinal y funcionan como desinflamatorios, el té negro fue adoptado en Gran Bretaña como un entremés digestivo para tomar en medio del almuerzo y la cena. Pero sus beneficios no son solamente gástricos. Un estudio realizado en 2001 por la Universidad de Boston ayudó a establecer que existe una relación directa entre el consumo de té negro y la prevención de enfermedades del corazón. Además, demostró que puede revertir defectos arteriales en pacientes con alto riesgo de sufrir ataques cardiacos. Adicionalmente, contiene cantidades mucho más bajas de cafeína que el café y el mate, lo cual estimula la concentración y la atención sin resultar nocivo para el corazón.
La preferencia por esta bebida no sólo se debe a sus altos beneficios para la salud. Tal vez las intuiciones gitanas eran correctas y en el fondo de cada taza se entretejen millones de historias y destinos, continentes cruzados y ritos tan antiguos como cotidianos que han acompañado a monjes, corsarios, mercaderes y estudiantes que buscan el sosiego que se esconde detrás de un sorbo de té amargo.